0) Los fragmentos de escritura como pastillas de jabón. Ambos –la escritura y el jabón– se deshacen al entrar en contacto con el agua. Con ambos puede uno edificar ciertas arquitecturas íntimas.
1) En principio, cuando veo la torre de Mónica Fuster y Nicholas Wood, veo un fragmento del pasado que no sé si es un fragmento del presente. Veo una pastilla de jabón Lagarto, multiplicada como los ojos ocelados de un insecto. Veo también una luz ambarina –confitura de naranja, tal vez– que es también un fragmento del pasado; Proust escribió sobre la luz color confitura, que es la luz de la memoria de la infancia. Y veo una instalación artística, expresión que hace aflorar en mí una repentina fiebre escéptica. Nada más veo en principio.
2) Pero si me fijo un poco más, veo un grifo que destila agua gota a gota y aquí ya me plantea una lectura diferente: la torre de Mónica Fuster y Nicholas Wood es objeto de la destrucción, sujeto pasivo de una gota malaya que ha de acabar mermando el muro y destruyendo la torre de jabón. Muy cerca, se oye una música de agua: las gotas del grifo. Muy cerca, se ven imágenes del mar. Música e imágenes pertenecen al vídeo de Pedro Tous que forma parte de la instalación de Mónica Fuster y Nicholas Wood.
3) Esas imágenes del mar acompañadas por la música del agua plantean una segunda lectura: la torre de jabón asediada desde arriba por el agua, también está, simbólicamente, junto al agua. El simbolismo es limitado porque todos, en una isla, vivimos junto al agua. Pero esa torre de jabón no vive junto al agua: el agua vive en ella destruyéndola desde arriba. El agua la cerca. Y aquí es donde Mónica Fuster habla de una torre de defensa, una de esas torres que vigilaban el mar para avisar de la presencia de los piratas berberiscos. (En algunas de ellas, durante la Guerra Civil, se vigilaba también el posible paso de la aviación republicana). La torre, pues, como metáfora insular: espacio cerrado que el mar cierra más aún: caja de resonancia o cámara de ecos en permanente estado de erosión.
4) Mónica Fuster habla también de que el abandono de esas torres implica la fugacidad de las cosas y de ahí, supongo, el uso del jabón como un elemento siempre en fuga. La luz –dice M.F.–, el agua, el sonido del goteo y el aroma a glicerina que se desprende, enfatizan ese sentido. Pero esto no plantea una tercera lectura: es la lectura de cada día, del paso de los días, de la dictadura del tiempo. No hay metáfora en esa imagen porque todos somos metáfora en la imagen plana del tiempo.
5) La torre que defendió una isla que ya no existe. La torre que nada defiende porque la isla es otra que no se defiende sino que se agrede: se suicida en el agua. Es esa torre la que plantea la tercera lectura. Si para Mónica Fuster esa torre de jabón que ve deshaciéndose lentamente es una vieja torre de defensa, para el espectador puede ser la torre de una ambición. Quizá la torre de la soberbia, a la que el tiempo –aunque sea en forma de agua– tampoco respeta. Me refiero a la torre de Babel.
6) La torre es víctima del agua. Babel y el Diluvio. Sigo refiriéndome a la torre de Babel. Pero no sólo a la torre de Babel –otra metáfora– sino a una torre de Babel en concreto: la pintada por Brueghel, una torre que también parece hecha de pastillas, aunque esas pastillas no sean de jabón; aunque algunas de esas pastillas –las del interior de la cúpula– tengan la misma luz de que da el jabón a nuestra torre de jabón. A esa torre, la de Brueghel, me remite en cierto modo la torre de Mónica Fuster y Nicholas Wood.
7) La torre –dice M.F.– toma la vertical como definición y ese es su vínculo con el ser humano. Esa es precisamente la raiz de la soberbia que destruyó la torre de Babel y quizá también en esa verticalidad residía su facilidad de destrucción –recuérdense las Torres Gemelas–. Nada más fácil de derribar que lo que destaca. O mejor: en esa conciencia reside el mismo mal que la merma: el agua del grifo que, gota a gota, la diluye.
8) Vuelvo al principio. La torre es circular, como la isla, como cualquier isla: aunque su forma no sea circular, una isla siempre es circular: recorriéndola, lo hacemos en espiral o regresamos al lugar de partida. Como en una torre de la que no salimos, con La construcción de la Torre de Babel, de Pieter Brueghel, al fondo. Sólo que aquí observamos la lenta destrucción de la torre de Mónica Fuster y Nicholas Wood: lo que ya sabíamos que ocurrió en Babel y está en el reverso de ese cuadro de Brueghel.
y 9) Oigo la música del agua. Aspiro el perfume de la humedad, que siempre es el perfume que mejor define a una isla. Escucho el metrónomo de un grifo goteando. Huelo a glicerina. En la torre, una grieta como una estalactita invisible.
JOSÉ CARLOS LLOP
/B_documents_decompte>Ver en línea : Gota a gota