Una reflexión sobre la instalación Andvarp de Mónica Fuster en la isla de Videy, Islandia.
El Día del Mundo, 10 de julio de 2006.
PALMA.- Hay una línea precisa que distingue el momento en el cual la acción del hombre en la Naturaleza deja de poder entenderse como adaptación, acuerdo, abrazo, comunión, cópula no hostil, arcilla de pasado y presente, y penetra en la noción de transformación, «deus ex machina», viento, violencia, obsesión por el futuro. La tecnología supone el abandono de toda prevención respecto a la herencia que hemos de dejar después de usurpar nuestro presente insomne, al igual que cuando respiramos sometemos al aire a una exacción irrefrenada que ignora sin rubor el hueco de energía y de virginidad que ese suspiro dejará tras de sí a los venideros respiradores. Por eso Hans Jonas tuvo que llamarnos la atención en aquel texto fundamental para la nueva ética, El principio de responsabilidad, redactado por y para las cenizas de la era tecnológica que anda pugnando por dejarnos fuera de la historia y del tiempo, en una macabra y maquiavélica maniobra de largo plazo y de largo aliento de la propia Naturaleza por recuperar su cetro de mando y su confiada y segura soledad.
El proyecto Site Specific titulado Andvarp (suspiro) que Mónica Fuster (Palma, 1967) ha instalado desde el pasado mes de mayo hasta finales de septiembre (aprovechando el verano subpolar) en la isla de Videy, en Islandia, se inserta en esta reflexión de contraste y de interactuación. Seleccionado en Riga dentro del marco del proyecto general Site-Actions International-Sense in place 2005/06, en el que han participado Irlanda, Polonia, Letonia, España, Gales e Islandia, constituye un relevante hito en la obra de la artista, compartiendo el espacio insular de Videy con importantes artistas que desde hace años han intervenido allí, como es el caso, por ejemplo, de Richard Serra, de quien existe una escultura perenne en el mismo emplazamiento.
La obra, que por sí sola se hace merecedora de una visita a la isla, está conformada por una «estructura primaria» (en palabras de la artista), en forma de iglú de piedra basáltica procedente de la propia Videy, a la que está acoplada una pieza textil de nylon de color amarillo intenso que, mediante un mecanismo automático, se hincha y deshincha emitiendo un sonido particular y escenificando la fuerza y la presencia del viento. El basalto de color gris es un material volcánico, y forma una especie de refugio o cobijo de piedra de 2 metros por 1,60 , mientras que la estructura vibrante hinchable mide 8 metros por 1,70 en su situación de máxima expansión. No en vano el viento corre por el aire como el tiempo lo hace por dentro de nosotros mismos, y su fuerza devastadora proviene de esa unilateralidad en el avance, puesto que ni el viento ni el tiempo saben lo que es retroceder. Por eso, los islandeses tienen más de veinte vocablos diferentes para referirse al viento, como si a base de acotar su forma y su sintaxis se pudiese además acotar la amenaza de su carga.
La reflexión sobre los vínculos que existen entre los elementos tecnológicos y el medio natural, el antagonismo y el contraste «que provoca un diálogo entre cualidades opuestas e ideas a partir de las cuales dialogan genéticamente el pasado prehistórico y la experiencia presente», como dice la propia Mónica Fuster en la memoria de su intervención islandesa, es llevada al extremo inhóspito que no permite la indefinición personal, aún cuando no sepamos decidirnos por ninguna de las posibles vías de escape y, por tanto, no tengamos clara la religión en minúsculas que habrá que abrazar. La seguridad conocida, maternal, en forma de placenta primigenia, erigida con materiales no procesados por el diablo ni la máquina, nos presenta su oferta de refugio para defendernos del viento -esto es, de los percances del tiempo, de las desgracias que vienen flotando en el aire como esporas de mal agüero-, y lo hace en una solución matérica arraigada en el más profundo acervo instintivo, como es el caso de la imagen de una cueva o del fuego en el universo prehistórico. El hombre puede afanarse a salvo en tareas propias de la civilización, a refugio de las inclemencias del monstruo. En contraposición, el impactante hinchable de color amarillo nos coloca justo en el anverso del proceso anterior: la amenaza está contenida dentro del fantasma tecnológico, y es el mundo natural, como negativo inmenso, lo que constituye un refugio ante el peligro. La inmensidad del paisaje islandés, esos páramos desolados tallados por los hielos del invierno, componen la imagen exacta de esta metáfora del contraste, la medida precisa de la fuerza con la que el peso de la herencia de la tierra contará para combatir ese cáncer de perfección y de progreso que puede también matarla.
Una gran intervención de Mónica Fuster, que tras la muestra Traç en la Fundación Pilar i Joan Miró de Palma del pasado año, está preparando nuevas exposiciones en la galería Maior de Pollença, en la sala Rivadavia de Cádiz y un proyecto escultórico en el castillo de Santa Bárbara de Alicante. La instalación "Andvarp" de Videy constituye una sólida manifestación del caudal creativo de esta joven e interesantísima artista.
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