La metodología que suele utilizar Mónica Fuster en sus trabajos fotográficos presenta cierta analogía con la manera que Jorge Luis Borges hace discurrir los senderos de sus “jardines literarios”, ajenos entre sí al tener que bifurcarse constantemente, hasta que la convergencia de su trazado le permita asociar entidades que a priori no tienen nada en común y que, fuera de su imaginación, jamás hubieran podido relacionarse. “Yo creo que todo proceso de creación es sobre todo un proceso poético” – confiesa la artista, en cuyo firmamento creativo “las palabras, las imágenes, las decisiones y sucesos de la vida, las cosas de la naturaleza y del universo” aparecen y se conectan “por contigüidad léxica, por analogía poética”. Son juegos de espejos en los que los reflejos se superponen para hacer coincidir en ellos un mismo tipo de conceptos. En realidad, estos juegos Mónica Fuster no se los toma demasiado en serio, ella sabe como el poeta persa Mirzá Abdoloqa Der Bidel que detrás de la cortina de la ilusión esta unidad pura que persigue se ha perdido para siempre, y si se deja ver por nuestros ojos es bajo múltiples formas de la expresión poética: “los reflejos son olas que hacen que los espejos se asemejen a mares muy movidos” (1).
Hablando del Jardín de senderos que se bifurcan, Borges dice que es “una trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran”, y que “abarca todas las posibilidades” (2). Para que se encuentren el sendero de la imagen fotográfica de unas moléculas de aceite de oliva y el de un determinado motivo decorativo de la arquitectura mudéjar, no sólo Mónica Fuster tuvo que dar prueba de la gran imaginación poética a la que sus trabajos anteriores nos han acostumbrado (véase por ejemplo la serie Fabula fabulae que expuso en 2008 en Santiago de Compostela), también le fue necesario investigar métodos científicos bastante complicados para poder fotografiar las moléculas de aceite que son iguales de escurridizas en el microscopio que cualquier objeto untado con esta sustancia. Así reza un fragmento de su cuaderno de trabajo: “Tras varios intentos fallidos de observación directa con el aceite tuvimos que proceder a diluirlo en un medio acuoso. Así se produjo una tensión superficial que nos permitía observar las finas burbujas que se agrupaban o separaban entre sí lentamente para formar otras nuevas formas. Incluso para poder analizarlas con mayor precisión y claridad agregamos a la disolución unas gotitas de bromothymol azul, bromocresol púrpura, cresol rojo y una proporción mayor de KCI, esta mezcla nos permitió crear contrates respecto al fondo que ofrecía el medio acuoso, a partir de aquí registramos fotográficamente por una parte los ciclos de unión y separación entre las gotas, en intervalos de 60 segundos, y por otra la visión ampliada del aceite enfocando una misma zona óptica desde 50 hasta 500 aumentos”.
Pero no es tanto por esas combinaciones de partículas microscópicas que estos trabajos fotográficos nos hacen ver a Mónica Fuster como una especie de alquimista del arte, si no más bien por su manera de detectar en el gran calidoscopio de la historia de las civilizaciones – donde se mezclan todas las edades – unas analogías formales y conceptuales ignoradas hasta el presente, en las que aparecé la sublime armonía de la composición del mundo, ese círculo mágico y universal en el que todo es posible, sin principio ni fin, y cuyo recorrido sólo es facilitado a la imaginación de los poetas y de los artistas. Un recorrido que, para Mónica Fuster, desde las moléculas químicas hasta las “moléculas” que componen las estructuras decorativas propias de la cultura mozárabe, consiste en mantenerlas en sus movimientos opuestos, siempre cambiantes, siempre sorprendentes, sin dejar que queden abiertas sus maravillosas estructuras a esa unidad cósmica que ella está buscando continuamente o, dicho de otra manera, “aprovechando cada acontecimiento e incluso cada palabra, en abarcar a cada momento la inmensidad del todo en una simultaneidad que se produce sin tener nada que ver con el desarrollo temporal” (3).
Michel Hubert Lepicouché,
Catálogo Paradeisos, 2011
Culturas del aceite en el arte contemporáneo
Notas: (1) Mirzá Abdoloqa Der Bidel, catálogo de la exposición Venezia alle finestre de Riccardo Zipoli, sala de la Real Academia de España en Roma, enero de 2008. (2) Jorge Luis Borges, El jardín de senderos que se bifurcan in Ficciones, Alianza Editorial, Madrid, 1988. Pág. 114. (3) Maurice Blanchot, Le livre à venir, La tentation de l´unité, Col. Idées, Gallimard, Paris, 1971. pág. 179.
Versión en inglés:
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